martes, 27 de diciembre de 2016

Teatro moderno japonés, de 1945 a 1960. El shingeki, VII

El teatro japonés moderno, el “nuevo teatro” o shingeki. El entorno social tras la guerra
En el artículo anterior nos quedamos en los años cuarenta del siglo pasado, en plena guerra del Pacífico y con una situación en el mundo teatral japonés ciertamente desoladora. Hoy inicio un nuevo apartado en el que comentaré la evolución de la escena en Japón a partir de 1945. Hablaré de movimientos, de directores, de compañías, de  actores y de montajes de obras. Obviamente no podré hacerlo de todos, ni muchísimo menos. En cualquier caso, como ya dije en otra ocasión, es mejor poco que nada, y el interesado siempre puede recurrir a publicaciones consagradas al tema concreto que le interese.

La ocupación americana
En 1945, tras el final de la guerra y con la ocupación norteamericana que duró hasta 1952, Japón entró en lo que podría denominarse la segunda apertura hacia Occidente. La primera se había producido en 1868, con la Restauración Meiji. Esta vez, de nuevo, se llevó a cabo una vertiginosa modernización y democratización de todas las estructuras del país, y el teatro no fue una excepción. En esa tarea, el shingeki desempeñó un notable papel.

Policía militar USA en colaboración con la japonesa, lugar desconocido, c. 1945.
Foto: www.pref.shiga.lg.jp

La censura americana
Tras la derrota japonesa, las autoridades militares norteamericanas ocuparon el país para fiscalizar todas sus estructuras, tanto las políticas como las culturales. Uno de sus innumerables cometidos fue controlar un tipo de teatro que consideraban que podía suscitar comportamientos feudales contrarios a la democracia que se deseaba implantar. En concreto, se estaba pensando principalmente en las obras de kabuki con tema militarista o feudal. A pocos meses de firmada la paz, en noviembre de 1945, la censura americana prohibió la representación de una de las más célebres piezas del repertorio de kabuki, la titulada Terakoya (La escuela rural).

Pero no voy a hablar aquí del mundo del teatro tradicional japonés de posguerra y sus vicisitudes, sino del moderno, aunque una vez más tengo que decir, y creo que me estoy repitiendo, que es otro tema interesantísimo.


Equipo de censores en los estudios de la Tōhō, 1945. El segundo de la izquierda es 
Earle Ernst, jefe del equipo de censura teatral. 
Foto: James R. Brandon: Myth and Reality: A Story of Kabuki during American Censorship, 1945-1949
Asian Theatre Journal, Vol. 23, nº 1, primavera 2006, University of Hawaii Press.

Como consecuencia de esa premisa, durante la segunda mitad de la década de los cuarenta, las fuerzas de ocupación norteamericanas intentaban promocionar entre las compañías de shingeki piezas de tema realista con planteamientos semejantes a los de la moderna escena occidental. En esos momentos, los argumentos del “nuevo teatro” se veían como el antídoto adecuado contra el pretendido feudalismo y militarismo de las clásicas obras de kabuki.

Las primeras representaciones
El reinicio de la actividad teatral de posguerra se produjo con El jardín de los cerezos de Chéjov, en diciembre de 1945, tan solo cuatro meses después del fin de la guerra. La efemérides fue el resultado de la colaboración entre dos grandes empresas del espectáculo, la Shochiku y la Tōhō, que veían en el shingeki un prometedor futuro para su negocio. Para la ocasión, junto con el diario Mainichi lograron aunar el trabajo de tres compañías, la del Bungaku-za, la del Haiyū-za y la del Tōkyō Geijutsu Gekijō. Los protagonistas de esa función fueron Senda Koreya y Sugimura Haruko (1909-1997), una actriz que ya había trabajado en el Tsukiji Shōgekijō en 1927 y que más tarde se convirtió en una celebridad del teatro, cine y televisión.

En marzo de 1946, se produjeron otros dos montajes que obtuvieron un enorme éxito de público. Hijikata Yoshi dirigió a la Shinkyō Gekidan de Murayama Tomoyoshi, que reemprendía su andadura tras la guerra, en Casa de muñecas de Ibsen. A los pocos días, el Haiyū-za ofreció El inspector de Gogol.

El intento de la primera huelga
Una vez finalizada la guerra, la mayoría de los integrantes y actores de shingeki se afiliaron al partido comunista japonés. Hijikata Hoshi, Murayama Tomoyoshi, Takizawa Osamu (1906-2000) y muchos otros lo hicieron, Sin embargo, Kubo Sakae se mantuvo al margen, una posición que provocó que sus producciones fueran boicoteadas por grupos de activistas a las órdenes de Partido Comunista Japonés.

Noticia de la prohibición de la huelga por
McArthur, aparecida en un diario australiano
el 31 de enero de 1947.
Foto: Sidney Morning
Herald, en http://trove.nla.gov.au/
En 1947, con los inicios de la guerra fría y los movimientos obreros en plena expansión por todo el país, los mandos militares norteamericanos comenzaron a replantearse su estrategia de apoyo al shingeki. Hasta ese momento, creían que los artistas e intelectuales simpatizantes de la izquierda serían un buen muro de contención contra posibles rebrotes de nacionalismo radical. Sin embargo, ahora veían el comunismo como una plaga que se estaba extendiendo por Asia y que debían combatir.

En enero de 1947, los sindicatos se levantaron contra de la negativa del gobierno a subir el sueldo de los empleados públicos. Su enfrentamiento movilizó también a los trabajadores privados que exigían sus mismas reivindicaciones. El punto álgido se alcanzó cuando se convocó a más de cuatro millones de afiliados para realizar una huelga general nacional para el 1 de febrero de 1947.

Ante una situación que el Gobierno no pudo controlar, fueron los mandos militares americanos quienes se hicieron cargo de ella. A pesar de las órdenes que los estadounidenses dieron a los sindicatos para que desconvocaran el paro, estos se negaron a obedecerlas. Finalmente, el 31 de enero a las 16.30, se anunció por radio que el General MacArthur firmaba el decreto que prohibía la huelga. A las 21.20, se condujo a un dirigente sindical hasta la emisora central de la NHK, donde se le obligó a que anunciara su cancelación a través de las ondas. El paro no se llevó a cabo.

En las elecciones de 1949, el partido comunista japonés alcanzó un resultado histórico al ocupar treinta y cinco escaños en el parlamento. La euforia en los medios teatrales de izquierda fue enorme. Se iniciaba un periodo de contestación, extendido también a las artes, que reflejaba el creciente malestar y rechazo que generaban las bases americanas en el archipiélago nipón. Ante esa situación y con el inicio, en 1950, de la guerra de Corea, Estados Unidos se fijó como meta mantener al comunismo alejado de Asia. A pesar de que en 1952 cesó la ocupación norteamericana en Japón, la vigilancia oficial y no pocas veces el control represivo de los movimientos marxistas fueron más que palpables durante bastantes años.


Manifestación de estudiantes en el Palacio Imperial de Tokio, 30 de mayo de 1950.
Foto: AP Photo en http://bowshrine.com/rare-photographs-of-1917-1950-japan/2/

La purga roja de 1950
El siguiente punto crítico se produjo en 1950. Los antiguos militantes de izquierda que durante la guerra se habían manifestado contrarios al régimen militar japonés, fueron muy bien vistos por los americanos nada más acabar el conflicto. Podían ser una efectiva oposición a los posibles restos del antiguo régimen. Sin embargo, apenas un lustro más tarde se convirtieron en el blanco de la persecución anticomunista.

En el 3 de mayo de 1950, MacArthur cuestionó el apoyo constitucional al partido comunista japonés. El 7 de junio, el general americano dio un paso más y ordenó destituir de sus cargos públicos a todos los líderes del Partido Comunista Japonés. Cuando, el 25 de junio de ese año, estalló la guerra de Corea, se ordenó la busca y captura de los miembros y simpatizantes de dicha organización política para purgarlos de todos sus puestos, tanto en organismos públicos como en instituciones privadas. Se estima que los expedientados superaron los 1100 y afectaron a unos 9500 empleos. Ese acto, conocido como “purga roja”, tuvo una importante incidencia en el shingeki y sus compañías.

La policía japonesa precinta la sede del partido comunista japonés el 26 de junio de 1950 por orden
de McArthur. Foto: AP Photo en http://bowshrine.com/rare-photographs-of-1917-1950-japan/2/

Un ejemplo de esas purgas se produjo en el teatro privado Mitsukoshi Gekijō de Tokio. En cierto momento, su dirección comunicó a la compañía Gekidan Mingei (Teatro del Pueblo) que sus dirigentes Takizawa Osamu y Uno Jūkichi (1914-1988) eran comunistas y que la obra que tenían previsto estrenar en noviembre quedaba cancelada.

Pero el control sobre los comunistas y simpatizantes también se llevó a cabo en el cine. Como gran parte de los actores del nuevo teatro trabajaban asimismo para los estudios cinematográficos, no solo para incrementar sus ingresos personales, sino para financiar a las compañías de shingeki a las que estaban asociados, la purga de directores, actores, productores y escritores superó el centenar. Gran parte del shingeki quedó estigmatizado.

Manifestación procomunista el 1 de mayo de 1952 en Tokio.
Foto: Ap Photo/Max Destor, www.theatlantic.com

A medida que avanzaban los años cincuenta, los mandos militares americanos constataron que comenzaban a proliferar grupos teatrales que montaban obras con un mensaje filocomunista que les parecía mucho más alarmante que los históricos y lejanos argumentos de ambiente feudal del kabuki. Pero el control de las troupes de shingeki resultaba casi imposible. Solo en Tokio podía haber casi cincuenta compañías que actuaban en diferentes escenarios durante pocos días y que muchas veces apenas superaban el año de vida.

Todavía con una muy incipiente recuperación económica y social del país, el panorama teatral japonés en los años cincuenta estaba dominado por cuatro compañías, la del Bungaku-za de Kishida, la del Haiyū-za de Senda, la del Minshū Geijutsu Gekijō de Takizawa y la Shinkyō Gekidan de Murayama. Sin embargo, a pesar de que no fueron fáciles esos comienzos, pues Senda, Kishida y otros fueron señalados como colaboracionistas del poder militar japonés durante la guerra, su actividad se extendió a las décadas siguientes, como iremos viendo en sucesivas semanas.

Como este artículo ha quedado poco “teatral” y quizás demasiado “político”, creo que es mejor dejar para el siguiente el entrar de lleno en las obras que se programaron en esos convulsos años.

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